Índice de Acá no...:
Introducción. Historias del trabajo / Capítulo I. Las reglas del mercado / Capitulo II. Nuevos gobiernos y autogestión / Capítulo III. Un continente en donde agruparse / Capítulo IV. Acerca de las novelas / Capítulo V. Los contratados / Capítulo VI. Los Consejos de Administración: adelante y atrás / Epílogo 213 / Apuntes sobre Acá no... Por Colectivo Situaciones
Extracto del capítulo I "Las reglas del mercado":
2.
Me llamo Laureano. Laureano Suculini. Si mal no recuerdo, yo empecé a trabajar en la fábrica Domingo Lentini en el año 71. O sea: treinta y nueve años atrás. Tenía dieciséis pirulos. La puta que pasó el tiempo. La verdad que sí, que pasó como un tren, o como se dice en el barrio: se pasó volando. Mi viejo ferroviario y yo metalúrgico. ¡Qué tal, eh! Qué grande el viejo. Este año se cumple una década exacta desde que empezamos con Herramientas Unión. El otro día me lo recordó mi hija porque yo soy un despistado. Mi otro hijo, el más chico, está estudiando en Bariloche, en el Balseiro, y anda bien, cómo no va a andar bien si es un pibazo, tiene un bocho bárbaro. Igual lo extraño, estoy contento por él, pero me cuesta, ya aprendí a usar el skype, el chat, pero igualmente lo extraño, no es lo mismo, por más que lo veas con la camarita y todos los chiches. La otra vuelta con mi compañera le juntamos salames, quesos, aceitunas, saladitos y se lo mandamos en una caja de sorpresa. No lo podía creer. Me llamó al otro día y me dijo que los otros pibes estaban como locos con el salame y las aceitunas.
Pero, bueno, ya pasaron diez años con Herramientas Unión. ¡Cuánto tiempo! ¿Cómo son las cosas, no? El otro día me acordaba de algo que le comenté a Rumino hace unos años: le dije que esto era mejor que el marxismo, porque acá no nos mandaba nadie, ni el Estado, ni los políticos, ni nadie, las que nos mandaban, en todo caso, eran las reglas del mercado, pero que en el resto teníamos una autogestión total. Será que cumplimos diez años, no sé, pero ahora me acordé de eso que le había dicho a Rumino. Y lo más lindo que de alguna manera nos sigue pasando algo similar. Con el Estado estamos mejor. Hemos avanzado bastante. La Nación colabora mucho con las fábricas. A nosotros nos han dado ya varios subsidios importantes en Desarrollo Social y Trabajo. Pero, después, con el mercado es difícil. Esto cambia demasiado rápido y vos tenés que estar muy atento y por momentos haciendo malabarismos. Porque en todo lo que es financiamiento, aún con la ayuda estatal, que ha sido importante, igual nos cuesta todavía mucho. Nos pasó lo siguiente: el Ministerio de Desarrollo Social nos dio un subsidio -130 mil pesos- para comprar las materias primas, que es nuestro principal problema. El tema es que justo nos agarró la crisis internacional del 2009, se cayeron las ventas a la mierda y nos lo terminamos comiendo. O como nos pasó con un cliente del Chaco, que le compramos también una cantidad importante de materia prima, eran como 70 lucas. Bueno, la cuestión que el trabajo para el que habíamos comprado semejante cantidad se nos cayó de un día para el otro. Y se cayó porque empezó a entrar la misma cuchilla de afuera a un precio menor. Lo que el cliente pagaba prácticamente la cuchilla completa era lo que nosotros pagábamos por el material. 300 dólares pagaban ellos la cuchilla lista, puesta en fábrica, y nosotros se la podíamos vender a 430 y teníamos 230 de material nada más. A eso sumale que tenés que empezar a trabajarla. Al final, la cosa terminó que los clientes nos dijeron: "¿Quieren que les compremos las cuchillas? Bueno, a mitad de precio, si no, no, se la llevan de vuelta". Encima la venta no era directa, sino que era a través de un tercero. El cálculo que hicimos fue que con la mitad aunque sea pagábamos las deudas del material. Hicimos una reunión con los compañeros, les consultamos a todos a ver qué les parecía. Al final, ni el material pudimos cubrir. Si habíamos pagado 200, recuperamos nada más que 194.
O también, un material que comprábamos en pedazos relativamente chicos, un día nos dijeron que no, que teníamos que comprar mínimo 1000 kilos. Y era un problema bárbaro porque no podíamos comprar esa cantidad. El tema era que había una fábrica en Buenos Aires que les compraba mucho. Claro, después qué pasó, cerró esa fábrica, y aparecieron los pedazos: ¡te vendían cualquier cosa! O está el hecho de que siempre aparece uno que te tira los precios abajo. Ahora hay uno en Buenos Aires que está tirando todo abajo; yo no sé con qué material producen pero lo que vos estás pasando a 700 pesos, te viene el cliente y te dice "Laureano, mirá que tal empresa me está pasando esa misma cuchilla a 500". O cuando vino la crisis internacional te decían "mirá que tal bajó un 20, o un 30, no te pasés de ahí porque no te compro". El tema de precios te los va imponiendo el mercado. Y pasan cosas muy locas. La otra vez una cuchilla que nosotros cotizamos a 1200 pesos, el cliente la terminó comprando a 1800. Cuando nos enteramos nos preguntábamos por qué, qué mierda pasó. No lo podíamos entender. El tema era muy simple: la velocidad con la que lo producían. Los tipos la compraron en ese lugar más caro pero porque al otro día la tenían en la fábrica. O se la entregaban directamente en el acto. Nosotros teníamos que esperar a que nos trajeran una muestra, después teníamos que hacer un croquis, encargar el material, y empezar a trabajar. No se la entregábamos en menos de treinta días. Encima es todo tan cambiante, se hacen tantos tipos de cuchillas, que cómo carajo hacés para tener stock de todas las variedades para que después un tipo venga en algún momento que se le ocurra y te compre alguna de todas ésas que hiciste. Porque aparte el mercado te innova todo el tiempo. Es terrible. Hoy te aparecen unas cuchillas largas así y mañana una corta así. O comprás material para una herramienta que sirve para tal máquina, pero el cliente finalmente cambia la máquina y entonces ya no le sirve más esa herramienta y suspende el pedido o te apura para que vos le digas que no podés cumplirle. Hace poco los brasileños se metieron en el mercado con una cuchilla nueva y se ve que inundaron todo. El tema es que son cuchillas muy distintas, que no tienen nada que ver con el material que nosotros tenemos, entonces ahí ya te complicaron la producción y ni hablar la venta.
Extracto del capítulo II "Nuevos gobiernos y autogestión":
8.
(...)
El Estado, como forma histórica en crisis en su capacidad de regular y fijar por sí mismo un orden en la sociedad, dio muestras, luego de la debacle política e institucional en la que se vio inmerso en el inicio de este nuevo siglo en Argentina, de una capacidad de reinvención continua de sí mismo a fin de poder garantizar la gobernabilidad. Dicha apertura y plasticidad que fue adoptando para reconstruir ad hoc su poder de mando, se materializa, en forma decisiva, en los nuevos vínculos que ha ido construyendo con esos mismos movimientos antagonistas que supieron cuestionarlo y desestabilizarlo. Este modo de funcionamiento estatal no se limita únicamente a la administración nacional que se inició con la presidencia de Néstor Kirchner, y que continuó en 2007 con el mandato de Cristina Fernández, sino que, tal como ocurre el caso de Santa Fe, incluye a otras instancias de gobierno como las provinciales y municipales. La forma recuperación que desplegaron y siguen desplegando los trabajadores como estrategia de resistencia y autoorganización, fue interpretada y concebida, una vez que se comprobó su consolidación y avance, como una herramienta estratégica más sobre la que requiere asentarse la propia gestión gubernamental.
Ahora bien, al mismo tiempo, cuando se analiza la retórica proveniente de las instancias gubernamentales se comprueba que sus interpretaciones y propuestas en torno a las fábricas recuperadas se construyen en base a abstracciones y también a generalizaciones que prescinden de los elementos constitutivos, antagonistas, que les dieron origen. Con elementos antagonistas me refiero, aun con los límites y ambigüedades, a la apropiación de los medios de producción, el avance de las luchas sociales autónomas, el rechazo a los modos de organización patronales, el cuestionamiento a la legislación laboral, el repudio a las organizaciones sindicales que -salvo valerosas excepciones- operaron en contra de sus intereses, la democratización de los espacios de toma de decisión, la distribución más justa de los excedentes, y la crítica profunda al rol cómplice del propio Estado en el avance y consolidación del neoliberalismo. Muestra de ello es la recurrente igualación, que se realiza desde el Estado, de las empresas recuperadas con una técnica administrativa o con una mera forma jurídica. Así las define el Ministerio de Trabajo en sus documentos: "Se entiende como 'empresa autogestionada' un modelo de organización en el que las actividades económicas se combinan con la propiedad y/o disponibilidad de los bienes de capital y trabajo, con la participación democrática de la gestión por parte de sus miembros. Este modelo promueve la cooperación del conjunto de los trabajadores en las actividades productivas, servicios de administración, con poder de decisión sobre cuestiones referidas a la gestión integral de la empresa". Lo mismo que su asimilación a una pyme o cooperativa cualquiera, o cuando se reducen -en los programas diseñados para el sector- los objetivos de estos procesos autogestionarios a una mera defensa o generación de puestos de trabajo dignos y decentes. En una nota periodística del año 2006, el ministro de Trabajo Carlos Tomada afirmaba: "En la medida en que se trata de una estrategia de intervención que no impulsa, sino que apoya procesos surgidos de la sociedad con los trabajadores como principales protagonistas, que encuentran en la autogestión y asociación no ya una alternativa a la crisis sino una alternativa de trabajo, es importante apoyarlos toda vez que el principal objetivo de este Ministerio es contribuir a la generación de empleo, el sostén de los puestos de trabajo, la mejora de sus condiciones en pos de un trabajo decente".
Seguramente allí se tornan visibles los mayores desafíos para las fábricas y para quienes acompañamos estos procesos. El problema, en definitiva, no pasa porque el Estado incorpore -o no- a su retórica y a sus planes de gobierno las dimensiones más transformadoras y radicales que pudieron plantear estas experiencias. En todo caso, es una virtud de los trabajadores que sus acciones, por lo menos de manera parcial, sean institucionalizadas y reconocidas. Esto da muestra de la potencia y trascendencia de sus decisiones e invenciones. Más que en una amenaza, ese reconocimiento puede transformarse en una posibilidad de consolidación y crecimiento. El interrogante pasa, en todo caso, por cómo poder avanzar en la construcción de un entramado político autónomo entre las cooperativas que haga un uso efectivo de las políticas estatales hacia el sector pero sin relegar ni detener la creación de nuevos lenguajes posibles, y proyectos en común que vayan más allá de esa batería de conceptos, jergas, y modelos de gestión diseñados para la gestión gubernamental.
Extracto del capítulo IV "Acerca de las novelas":
6.
Luego de cuatro meses de estar en La Victoria, cuando ya tenía una buena cantidad de entrevistas grabadas, me pareció oportuno pasarlas a papel. El trabajo fue arduo y requirió suma paciencia. Tenía muchas y algunas de ellas eran bastante largas. A medida que las iba transcribiendo, las fui incorporando en un archivo que nombré "Entrevistas La Victoria (2004)". En poco tiempo acumulé más de 40 hojas escritas en Verdana 10, espacio simple.
Una mañana me encontré con José Antonio -el presidente de la cooperativa- en el local de venta al público. Al verme, me pidió que lo esperara porque tenía algo para darme. Segundos después reapareció con unas carpetas rojas con el logo de La Victoria en amarillo. "Fijate qué te parecen, son para las visitas, como para que sepan más o menos sobre nuestra historia", me dijo y me entregó también unos folletos.
Ya en mi departamento, mientras vaciaba el bolso, encontré las carpetas. Empecé a leerlas menos por interés que por temor a que José Antonio me preguntara en una próxima visita si las había leído. Al finalizar, las guardé en una caja en la que acumulaba materiales sobre La Victoria.
Las semanas en la fábrica continuaron siendo incómodas, tensas, repetitivas. Seguí haciendo entrevistas, conversaba con algunos de manera informal, pero no encontraba la manera de acotar esa distancia intolerable que se interponía con ellos. Lo único que me aliviaba era repetirme que seguramente se trataba de una cuestión de tiempo.
Un mediodía me puse a conversar con un obrero que estaba lidiando con los panes de la margarina en una máquina antigua. Le pregunté lo de siempre: su historia en la fábrica privada (cómo había entrado, cómo se llevaba con el dueño, si la disciplina era muy dura, si había tenido participación gremial, si los sueldos eran buenos, sobre su familia, sus expectativas a futuro), qué episodios recordaba como indicadores del inicio de la crisis, las primeras medidas de fuerza que pusieron en marcha, cuándo había surgido la decisión de organizar una cooperativa, si tenía conocimientos de las recuperaciones de empresas, cómo habían sido los inicios del trabajo autogestivo. A medida que iba disparando las preguntas, sentí algo inexorable: no me importaba en absoluto lo que me estaba contando ni tampoco lo que le estaba preguntando. Es más: prácticamente no podía concentrarme en sus respuestas. Lo único que hacía era jugar, mentalmente, a completar sus frases o a anticipar lo que iba a decirme. Cuando ya se tornó insoportable, interrumpí la charla de golpe, lo saludé, y salí disparado de la fábrica para tomarme un taxi en la puerta.
Una vez en el departamento, sin sacarme la campera, me senté frente a la computadora e imprimí todas las entrevistas que había hecho y las que había recolectado en diarios locales; acto seguido, saqué las carpetas institucionales y los folletos que me había pasado José Antonio y empecé a leer los diferentes materiales. Ya no había dudas: todos decían prácticamente lo mismo. Me bastó cotejar unas pocas entrevistas entre sí y después compararlas con las notas periodísticas y la carpeta institucional para reconocer que había una evidente coherencia y unidad en la enumeración de cada uno de los episodios que los obreros resaltaban como los más salientes durante en el período de lucha y también en el presente de la cooperativa. Ciertos pasajes no eran parecidos: eran idénticos.
Esa certeza me derrumbó. Seis meses después de haber iniciado el trabajo de campo no tenía idea de para qué había ido a la fábrica ni tampoco para qué lo seguía haciendo con tanta insistencia. A esa altura no sólo podía recitar de memoria mis preguntas sino también sus respuestas. Con cierta ironía y seguramente con desesperación, empecé a llamar a esos relatos como la novela de La Victoria.
Retorné a la cooperativa quince días más tarde pero ya no volví a utilizar el grabador ni tomé un solo apunte en el cuaderno de notas. Ni siquiera los llevaba en la mochila. Tampoco pregunté nada más sobre la historia y el presente de la fábrica. No tenía sentido hacerlo si lo único que escuchaba no era más que una nueva versión de esa novela institucional que ya conocía en detalle.
Para ese entonces la investigación naufragaba sin rumbo. Me sentía una sombra. Hablaba con profesores amigos, leía libros de antropología, releía las entrevistas, volvía a compararlas entre sí, pensaba en abandonar el trabajo de campo, después en renunciar a la beca, pero nada me conformaba. Me sentía mal, simplemente ridículo.